Por el míster, lo que haga falta. El fútbol se mide en valores palpables e intangibles: entre los primeros se pueden contar los asuntos relacionados con el balón, aquellos que dependen de que la pelota entre, de las intervenciones del portero, de la buena ocupación de espacios, de la adecuada presión al rival o del acierto del centrocampista, puestos a decir. Los segundos no son tan evidentes como los primeros, no se presentan a la vista de igual manera, pero igualan e incluso superan en importancia a aquellos. Hoy en día, y siempre ha sido así, presupongo, un entrenador debe acometer una doble labor a la hora de preparar a sus equipos para la victoria: ha de entrenarlos con el balón, educarlos en la táctica y hacerles saber lo que deben hacer en el campo, pero también tienen que identificar su victoria con la de los suyos, mostrar su autoridad, ganarse su respeto y lograr que crean en su mensaje.
Mourinho y Guardiola son dos claros exponentes positivos de cómo un entrenador consigue que su equipo crea en aquel que los dirige. De hecho, la renovación de Guardiola depende en uno de sus puntos clave del nivel de compromiso que la plantilla tenga en su proyecto. Mourinho es un técnico que conoce perfectamente los entresijos del equipo con balón o sin él. Sabe ganarse el compromiso de su plantilla, que salgan al campo dispuestos a defender no sólo al club, que es lo principal, sino también la idea de su entrenador. Lógicamente habrá disidencias eventuales, como tras aquel partido en el Bernabéu contra el Barcelona, en la ida de Copa, cuando algunos futbolistas se mostraron contrarios al esquema utilizado, pero ningún camino hacia el éxito está exento de piedras. Piedras que el grupo, por otra parte, ha sabido sortear.
En otro ejemplo reciente vemos, en un escaso margen de tiempo, ambos extremos en el Atlético de Madrid. Cómo el mensaje de Manzano que caló en el Mallorca no hizo lo mismo en el club madrileño. El del Atlético era un equipo sin alma, que no creía en lo que hacía, movidos en el campo por automatismos. Con la llegada de Simeone todo cambió y la garra y el espíritu volvió a la camiseta rojiblanca, el mensaje del argentino llegó a la plantilla y la motivación inculcada se refleja en el terreno de juego.
También un entrenador puede, sencillamente, adaptarse a lo que tiene y saber manejar las circunstancias, que tan bien hacía Del Bosque en el Madrid y hace en la selección. En las ligas europeas es lo que también hace Allegri en el Milan, tener contento a su grupo de senadores: Nesta, Seedorf, Gattuso y compañía, ganarse a los pesos pesados, algo que no consiguió Villas-Boas en el Chelsea con los Lampard, Terry y Drogba, hasta que el grupo se le escapó de las manos. Se dice incluso que los jugadores ya ni siquiera hacían caso de sus indicaciones en mitad de los partidos. También en la Roma han existido roces entre Luis Enrique y la bandera del club, Francesco Totti.
Diferentes versiones del hecho de que, si un entrenador consigue tener de su lado a la plantilla la victoria estará más cerca de las manos, de lo contrario, el amotinamiento podría poner en jaque su autoridad y comprometer los objetivos.
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